A lo largo de los siglos XIX y, sobre todo, XX se resalta la idea de que los recursos cinegéticos no son ilimitados, y que una mala gestión cinegética puede llevar al declive o incluso la extinción de las especies cazadas. Se desarrolla, al mismo tiempo, el concepto de la “gestión adaptativa”, la necesidad de adecuar de forma flexible lo que se caza a las fluctuaciones naturales de las abundancias de las especies.
La gestión adaptativa es un proceso iterativo que tiene en cuenta el conocimiento imperfecto de la dinámica del sistema, pero en el que se define y acuerda entre las partes un objetivo de gestión y los diferentes métodos para lograrlo. Además, se somete a un control científico regular, de modo que la información recogida se vuelve a integrar en el ciclo iterativo para ajustar las acciones de gestión. En el ejemplo expuesto, el número de perdices a cazar se evaluaría cada año en función de la información obtenida en los conteos antes de la caza, así como en la obtenida tras la caza
sobre el impacto en las poblaciones.
Este concepto lleva también asociada la necesidad de basar la gestión cinegética en un mayor grado de conocimiento técnico y científico. Por un lado, se necesitan estimas de las poblaciones más precisas y fiables que las basadas en impresiones de campo. Por otro lado, es necesaria una mejor comprensión de la ecología de las especies, de los factores asociados a las variaciones de abundancia o productividad entre años, o de la conectividad entre poblaciones por movimientos a lo largo del año. Por último, es necesario tener mayores conocimientos sobre la demografía de las especies, para poder calcular el impacto relativo de la mortalidad por caza frente a otras causas de mortalidad, y estimar así el impacto poblacional de cambios en el régimen cinegético. Los estudios de dinámica de poblaciones y ecología aplicada se convierten en claves para el desarrollo de estrategias de caza adaptativa que permitan la explotación sostenible de las especies cinegéticas en el siglo XXI.
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